Ya sabemos que la condición fundamental del arte es la de su inutilidad. Y cada muestra, cada obra, no hace más que confirmar este principio. Iuso lo sabe, como casi todo. Porque en el vacío conceptual de la hoja en blanco él se describió a sí mismo, en una especie de autobiografía pulverizada, donde la vida, la imaginación y el tiempo conviven en continua transformación, afirmándose y negándose, en una épica de la soledad. Guillermo Iuso se volvió artista mientras pintaba, escritor al escribir. Aunque, sobre todo, la suya es una manera desaforada de sentir. Él es el huérfano del arte, el magnate, el que busca en la acción sus fines ulteriores, dejando pedidos de auxilio y de cuidados en sus obras, como en un juego de pistas para encontrar el tesoro que es su corazón… El que se deja acariciar por un león sabiendo que puede desgarrarle la mejilla sin borrar su espléndida sonrisa. Semejanza profunda entre lo visto y lo vivido. Su pictórica fusión de detalle y testimonio, pareciera desplegar una imposibilidad para nombrarse. Como esos niños que no pueden incluirse en un dibujo, él es todo lo contrario. En ME DESESPERO POR LO FÁCIL, Iuso traduce la decantación de su espíritu en lentas oleadas de inspiración narcótica, siempre entre la sorpresa y la observación banal que encubre una ironía sobre el mundo. Como esas obras maestras de la escultura que, a veces, tienen forma de mesas de café, Iuso en sus obras despliega pensamientos límites, en situaciones en las que no importan las pa-labras y donde el amor solo resulta un síntoma de sus fabulaciones. Tratando de vencer a cada instante las barreras del pudor, Iuso hace una defensa del egotismo, también la cons-trucción de un mito, y la espectacularización de su propia vida desde distintos ángulos.
Un narrador nato y un artista inolvidable, con inimitables dotes para la improvisación. Historias que desbordan en recuerdos, puntos de vista, dardos y chispazos, haciendo de la paradoja una manera de pintar.
Francisco Garamona.
