DIPTICO
1. Pienso en una casa fantasma. No una casa habitada por fantasmas. En castellano a esas casas las llamamos “embrujadas” pero es un término muy inexacto: supone que el lugar estuvo habitado por una bruja que lo hechizó. Y un fantasma es algo muy distinto, es un filamento del pasado que está obligado a repetirse aunque no es idéntico a sí mismo: ya no es lo que fue. Lo que llega al presente suele ser la representación de su trauma: el fantasma se presenta y representa aquello que lo hirió, que lo lastimó. Algunos no son terroríficos porque no aparecen para representar su dolor: sólo vuelven al lugar que los conoció o visitan a la familia que los quiso y la observan calladamente. Todos dan miedo aunque ninguno puede herirnos. En inglés hay un término más preciso para las casas habitadas por fantasmas: “haunted” que significa “un lugar visitado por fantasmas”. También significa estar inquieto, nervioso, perseguido, quizá diríamos fuera de lugar.
Jorge Macchi abre el arhivo por primera vez en un bar de Villa Crespo. Afuera hay sol. El proyecto se llama “Díptico”, lo comparte con el arquitecto Nicolás Fernández Sanz y se trata de algo tan sencillo como inquietante: reproducir el espacio de la mítica galería Ruth Benzacar tal como existía en Plaza San Martín dentro de su nuevo espacio, aquí, en Villa Crespo, cerca de las vías. Es conjurar a la vieja galería: un conjuro es un llamado para que alguna entidad aparezca. Macchi y Fernández Sanz, conjurados, convocan a aquella galería y la insertan en este espacio que ahora también es galería pero fue un depósito y algunas cosas más. La nueva sala, modificada y acondicionada por Fernández Sanz, es muy diferente de su antecesora: si el espacio anterior era un subsuelo iluminado permanentemente de manera artificial, ahora la luz natural entra por una inmensa claraboya en la cubierta de la sala; si el techo era bajo ahora hay un techo a una gran altura; si el espacio subterráneo estaba interrumpido por tres columnas y un conducto de ventilación ahora el espacio se abre sin obstáculos. La galería de San Martín, me dice Macchi, no entra tal cual en este lugar nuevo: el “traslado” no es una representación fiel sino una maqueta escala 1.1. Pienso que está bien: los fantasmas nunca son como fueron. Están incómodos, nerviosos, y repiten sólo un fragmento de su pasado. La nueva-vieja galería dentro de la nueva galería (la del presente) no trae consigo explícitamente a sus artistas, sus inauguraciones agitadas y sus leyendas. Pero están ahí seguramente, en eco, como en toda la galería-nueva están las huellas de la vieja: algunas huellas se mudaron de Retiro a Villa Crespo. Picaportes y barandas galvanizadas, diseñadas originalmente por Benedit. El escritorio de Orly Benzacar, un contundente cuadrado de mármol capaz de romper huesos, que fue de su madre, Ruth.
Una lupa, enorme, con mango dorado. Pistas. Rescates.
La máxima que alberga todo sistema de magia moderna es “como es arriba es abajo”, lo que significa a grandes rasgos que todo lo que está arriba se corresponde con lo que está debajo para lograr el milagro de lo Unico. Todo lo que pasa en un nivel de realidad pasa en el otro. En rigor, la máxima se usa para hacer corresponder el micro y el macrocosmos, uno y el universo. Pero prefiero pensar que, en una realidad paralela, mientras se erige “Díptico”, los dobles de Macchi y Fernández Sanz construyen la Benzacar de Villa Crespo en la Benzacar subterránea.
Mariana Enriquez, fragmento del texto Díptico, 2017
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Fotos: Javier Agustín Rojas.