Sin aliento. Lengua de lija. En el pecho, un avispero. No siento la cara.
Sin parpadear, chupando bocanadas de nada, un estertor y después otro, amontonado contra mí mismo, el pescado más gordo del balde.
Las manos hormiguean, se buscan en vano. Algo pica. Intento rascarme. No llego, o no encuentro la zona del prurito.
Mi cuerpo no soy yo, es un continente oprimido, una terra incógnita, una región de indigencia.
La presión se intensifica, una vuelta más al tornillo de apriete. Arqueo la columna, me paraliza la gravedad.
Sospecho que estoy colgando cabeza abajo.
La boca abierta, anticipa.
De Pablo Maurette para Éter