Si uno fuese un físico… no sé si lo lograría
Se me ocurre por un momento que, para escribir un texto estas obras de Guillermo Iuso (hoy justo es su cumpleaños) tendría que hacerlo con los ojos cerrados, justamente para poder verlas. Pero cerrar los ojos es lo mismo que mirar todas las cosas que rodean esta computadora, la oscuridad está llena de pensamientos. Para concentrarme y ver lo que quiero ver de estas obras tengo que ir rápido. El escribir es una manera de observar con los dedos, escribir rápido es concentrarme en las cosas que me interesan de lo que veo, que son ya no-cosas, sino algo que no se qué son pero que se sienten como “cosas”.
A este acto de escribir le tengo que tirar así, como se tira un bife en la plancha, una pequeña punta de iceberg relacionada con un estímulo de la obra de Iuso para que se abra un camino nuevo. Pero no es fácil echar un bife imaginario en una plancha y que empiece a cocinarse. Digo, es imaginario porque tengo que imaginarme estar en presencia de algo que no está. Pero lo que sí está y no es imaginación, es la sensación atesorada de lo que me produjeron sus obras. Y ese va a ser mi bife.
Ahora voy a cerrar los ojos y cuando lo haga, ya no será para no ver otras cosas que me distraigan del ver o para imaginar algo sino que será para bucear literalmente en el medio líquido de mis sensaciones. Contener la respiración, cerrar los ojos y hundirme. Toda sensación necesita de un medio que pueda guardar los colores, etc y lo líquido parecería que es lo mejor. Porque aunque parezca que las imágenes son aéreas para mí son acuáticas. Hay en la atmósfera agua, los ojos están húmedos, el artista usa la hume- dad para trabajar el color, el cerebro está irrigado. Así que voy a entrar a bucear… Lo que veo no es una visión, es la “visión” de la sensación de una visión. Con ver quiero decir estar en presencia de, y dentro de esa presencia. Ahora sí puedo contarles… Veo un verde que brilla, que es una super cie redondeada con pequeñas colinas.
Eso hace que el brillo destelle desparejo –la super cie que veo medirá… 6×2 cm de unos 8 mm de altura. ¿Me pregunto por qué lo primero que veo es un solo color en una super cie tan pequeña, si lo que sé de las obras de Iuso es que están llenas de colores y son relativamente grandes? Hasta no abarcar más a ese choricito –ahora parece que más que un bife fue un choricito lo que cayó en la plancha– no lo abandonaré… La pequeña super- cie está compuesta por pequeñísimos puntitos que se prenden y se apagan, pero no son de luz. Son como esos animales o algas que hay en el mar y que tienen luz líquida. Estos puntitos no están vivos o por lo menos no percibo que lo estén. El verde es un fon- do que se vuelve puntitos amarillos y que luego se tornan verdes. Este proceso sucede a mucha velocidad pero, en este momento, puedo enfocar en un punto amarillo dorado tostado que al mirar- lo bien se vuelve opaco. Es que en relación con el contexto verde brilla, pero él mismo es casi diría, ocre. Luego desaparece y deja su ausencia marcada un instante en el verde. Después vuelve el punto, pero esta vez mas grande. Es un valle de 10 cm, como esos cráteres que se ven en las fotos de la luna, aunque por el color daría más marte. Hacia los bordes el punto tiene como un ribete, el centro está más hundido pero es plano, liso. Como un plato de café de cerámica limpio. Ahí se fue o ¿qué pasó? Se convirtió en una super cie verde incandescente. Se va rápido pero vuelve de a poco.Y ya está retornando. ¡Dios mío! ¿podré salir alguna vez de este punto? Hasta no abarcar más a este punto, no lo abandonaré. Me da muuuucho placer contemplar como se despliega hasta ten- sarse en su punto máximo –que en cada aparición es mayor– para volver a replegarse.Ahora es como la masa de una tarta horneada en su tartera que incita a que apoye mi mejilla y al hacerlo ya dejo de verlo. Siento lo táctil del punto a través de sensaciones extrañas, desconocidas. Hago un esfuerzo por clasi car en cálido, frío, suave, etc… pero no hay gura que se corresponda a esta sensación. Por ejemplo como si dijera alguna vez algo del agua, en este momento no diría que fuera húmeda.Todo es desconocido… de repente algo sucede en mi cachete. Pequeños “pinchacitos”. Pinchacitos que se subdividen en pinchacitos sin n que no puedo aislar cuando intento proponérmelo. No paran, se multiplican en una sensación inexpresable.Tal vez haya llegado a algo.A lo que no hay manera, porque no tiene forma y no puedo contarlo.
Una pintura es un estado de locura para la comprensión. Estas pinturas de Iuso caen en universos de puntos in nitos. ¿Cómo se puede hacer algo así? Si uno fuese un físico… no sé si lo lograría. ¿Cómo se puede componer el in nito con pomos de relieve mandados a comprar en una tienda de Brasil? ¿Cómo se puede estar en presencia de algo tan gigante o pequeño, al ver un punto de un choricito verde ubicado en el extremo derecho de un paragolpes de auto chocado? No podría jamás contestarme estas preguntas porque para eso tendría que haber podido comprender, para transmitir, la experiencia límite del pequeño –a esta altura no sé cuál es su tamaño– punto. Pero si de lo que me doy cuenta es de que las obras están en movimiento entre lo que entende- mos de lo que experimentamos y lo que no y al revés todo el tiempo. Si detenemos ese proceso en lo conocido una obra no se expande, no llega a ser siendo. Entonces si intento responderme ahora la pregunta de cómo es posible… me digo: Puede hacerlo porque de alguna manera no sabe lo que hace. Pero esto no es un mérito,el artista no tiene opción.Alguien como Iuso se da cuenta de la imposibilidad de la pintura y por eso de alguna manera para “pintar” se propone abandonar sus virtudes, deshacerse de sus méritos. Muy fácil… ¿Cómo dejar de hacer lo que nos gusta, lo que nos sale bien?¿Eh? ¿Dejar a cada instante lo aprendido en el instante anterior? Cada artista es diferente porque toma decisiones diferen- tes. Algunos inventan su método, que para que lo sea y funcione, no tiene que funcionar. Eligen el método que es particularmente secreto para sí mismos. Como en ese cuento donde uno deja las miguitas y uno mismo tiene que ser el pajarito que va detrás comiéndolas para no recordar lo que hizo.
Una anécdota
Cuando fuí al taller de Iuso me pregunté: ¿qué es todo esto? Y a él le dije: esto es increíble, para hacer un poco de tiempo mientras pensaba qué decirle. Quedé atónita = sin palabras. Inmediatamente me vino una imagen de él pintando, en realidad echando pintura sobre eso que en un principio no me daba cuenta de qué cosas eran. Lo imaginé y lo recuerdo ahora, moviéndose como con los brazos hacia atrás, ladeado, con el cuerpo balanceándose fuera de control. En una de sus manos tenía un pomo de algo y de repente, en el momento menos esperado, sin una pasión especí ca echaba un ¡choricito! y seguía caminando… Esa fue la imagen que necesité hacerme para comprender que no había que de nir nada, es decir me trasmití ¡qué ni él mismo sabía lo que hacía, ni lo que era todo eso! Y que nunca ninguno de los dos lo sabríamos. El asombro desde ese momento, fue nuestro estado.
Yo, Guillermo Iuso
La verdad que elijo no es una confesión en medio de una charla entre amigos: “ahh si yo elijo mi verdad” como un grupo de juicios que permitirían independizarse de la verdad experimentada como impuesta. Antes que nada lo de Iuso es una a rmación encarnada en pintura –el título de la muestra es una cita a una de sus obras–. La verdad a la que se re ere es la verdad intensa del instante, es la sensación necesaria de certeza y no una herramienta de constatación intelectual. La verdad a la que se re ere tampoco le pertenece. Solo puede ser ella en lo especí co de la pintura y a través de su caligrafía, el artista rma haciéndose cargo de la acción: yo soy el que la elijo. El instante y la intensidad no pueden ser atrapados. Pero Iuso puede crear un instante pictórico que sea una posibilidad de experiencia de intensidad, de certeza. Pienso en los objetos rituales, esos que provocan que nos quebremos de rodillas sobre el piso. Son objetos que a través de su consti- tución física actúan sobre nuestro ser… y alguien los hizo… La verdad que elijo es una acción pintada y no una representación. Yo, Guillermo Iuso juro que esta es la verdad que elijo. No es una verdad, es toda la intensidad que contiene la verdad. De repente me invade una pregunta ¿esta obra sobrevivirá al artista? Lo que Guillermo Iuso está eligiendo al crear estas piezas, es otra forma de vida, la intensa, no la de la duración. La del misterio en vez de la del relato. La vida que es toda la vida –incluso la que nos excede– en el instante intenso, en este caso, de la pintura.
Fernanda Laguna, 27 de Agosto de 2014