El éxtasis, lo infiel y el tormento son algunos de los actos por los que transita la exposición DESHUESADO de Carlos Herrera en Ruth Benzacar Galería de Arte, que se puede visitar con cita previa y respetando las medidas de higiene y seguridad.
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DESHUESADO es el preludio de un conjunto de conceptos y obras que he desarrollado en estos últimos 10 años. Sin remontar paraísos perdidos, sino instalado en el presente, estas obras parecieran aterrizar para ejecutar las sombras de mis pensamientos. Como si se tratara de un ajuste de cuentas de lo que aún está fresco, de lo que no tiene nostalgia. Una puesta en escena de esa memoria del desamparo. El éxtasis, lo infiel y el tormento.
DESHUESADO confirma mi esfuerzo por construir desde la ausencia, la arqueología emotiva de aquello que no tiene forma en mis pensamientos.
Tal vez son cosas que no puedo entender desde el lenguaje, pero que sí puedo ver: las noches de calor, mis padres campesinos, el cultivo de flores, los invernaderos, la fragancia a crisantemos, las rosas con aguijones, los arreglos florales, las lechuzas, las arañas, los ratones, el bosque de eucalipto, los huesos de los animales, los huesos de los humanos, las coronas, el cementerio, mi cama, las sabanas calientes, la almohada aplastada, la ropa tirada en el piso, los patronos, las escaleras, las paredes de adobe, el olor de mis amigos y los juegos nocturnos.
Podría afirmar entonces que esta muestra es lo más parecido a lo que queda grabado en mi almohada. Un lugar en el que mi mente se refugia cada noche al intentar desaparecer y hace del descanso un éxtasis bestial, como si intentara dormir con los ojos abiertos.
¿Existe la posibilidad de desaparecer?
Yo estoy seguro de que sí.
Carlos Herrera. Septiembre de 2020
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La obra de Carlos Herrera resulta desconcertante no tanto por el intento de conectar objetos y situaciones disímiles cuanto por la cerrada descarga de puntos de vista simultáneos que impiden aquietar la mirada y la mantienen siempre en suspenso, boyando entre este lado y el otro; o posada, suave, fugazmente, entre ambos. En las escenas complicadas del arte, la mirada no tiene reposo: señala y oculta, nombra y calla; se refiere tanto a lo que es como a lo que no, a lo visible como a lo que no aparece. Es tarea del arte no dar tregua a la mirada porque ésta responde a los trasiegos antojadizos del deseo: la fuerza que moviliza esa tarea inútil e indispensable.
¿Qué significa un hato de ropa usada? ¿Qué, un montón de objetos ordinarios o un crucifijo ultrajado o redimido por rituales profanos? No significan nada. El revoltijo de ropas, objetos y cuerpos no puede ser ordenado en un conjunto definido y claro; su constante conmoción interna genera signos inestables. La obra de Herrera no busca arribar a significados, sino asomarse al sentido, cuya oquedad, lejos de exponer puro vacío, indica la reserva de posibles significaciones nuevas. Inseguras siempre: imparables.
En el contexto de la cultura de la información y el espectáculo, mantener en vilo la pregunta constituye un gesto político. La lógica del mercado y, tras ella, la omnipotencia de la razón instrumental, pretenden transparentarlo todo en provecho de su accesibilidad como mercancía.
Lo político en la obra de Herrera opera mediante dos movimientos. El primero deja en suspenso toda certeza. Cada pretensión de encontrar una figura clara y segura de sí se ve enturbiada por maniobras poéticas que desorientan el rumbo seguro. Esta operación busca desclasificar la lógica categorial del sistema hegemónico. Las personas, las cosas y los hechos son catalogados por este sistema de acuerdo con jerarquías y posiciones preestablecidas, naturalizadas por el statu quo. Sacudir el casillero constituye un gesto más subversivo que representar cualquier situación disidente. Es que en los ámbitos del arte, lo político no ocurre mediante la representación simbólica, sino a través de la crítica de ésta. El segundo movimiento no se basa en la puesta en modo estético de situaciones discordantes, sino en apuestas micropolíticas que replantean los vínculos producidos por la hegemonía apelando a los empujes del deseo y el inconsciente, a los afectos del cuerpo y las fuerzas de la sensibilidad y la imaginación. Según la teórica brasilera Suely Rolnik, la jugada micropolítica lucha por recuperar el destino ético de la pulsión; es decir, por restaurar la potencia creativa que había sido desviada por el capitalismo para favorecer la especulación rentable.
En esta dirección micropolítica, la obra de Herrera enfatiza la carga erótica o el destino perecedero del cuerpo, las revelaciones de la intuición y el peso de la materia. Tal obra no reúne objetos y hechos por ser vulgares: los busca porque pueden acercar indicios de una memoria renuente a ser convocada literalmente. Los olores, los fluidos y la roña de la carne humana, sus trazas indiscretas, así como la ordinariez de lo cotidiano, guardan el secreto residual de figuras sustraídas al régimen del lenguaje. Los fantasmas, las asociaciones espontáneas y las sombras, los pequeños silencios y las sensaciones fugaces acercan resonancias de lo que carece de nombre y de forma. Solo mediante imágenes relampagueantes puede avizorarse, que no alcanzarse, lo que inquieta y llama con insistencia desde más allá del último signo.
Ticio Escobar. Septiembre 2020, Asunción.