Ruth Benzacar Galería de Arte presenta “Hipnofilia”, la cuarta exposición de Florencia Rodriguez Giles en nuestro espacio.
La exposición se desplegará en la sala principal de la galería y estará acompañada con un texto de Alfredo Aracil.
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Para que ellos puedan tener sueños hermosos,yo cargo con sus inmundas corrientes
Por Alfredo Aracil
Hipnofilia es la cuarta exposición individual de Florencia Rodríguez Giles en la galería Ruth Benzacar. Y mientras en la anterior (Biodélica, 2018), una serie de dibujos de gran escala documentaba la imaginación en su vertiente más utópica, la puesta en escena de una historia natural y los primeros gestos una nueva raza de mutantes tan lascivos como musculosos, en esta ocasión las inquietudes posthumanistas que la artista explora como una forma de delirar las estructuras binarias dominantes parte de un proceso de cruzar sueños y experiencias de vida con otra persona: Marcia Farias de Lazzarini, integrante de CAOs[1], la comunidad de prácticas y experimentación en arte, salud mental y formas de vida donde Florencia Rodríguez Giles trabaja y vive desde el año 2020.
Envuelta en una fragancia[2] a la vez bella y terrorífica, Hipnofilia presenta una instalación de dibujos, objetos y pistas sonoras que dialogan con Mar de Río[3], las memorias de Marcia. Un texto habitado por historias e imágenes tremebundas, que Florencia Rodríguez Giles, animada por la impunidad del arte para mimetizarse con aquello que lo distingue de la vida, combina con sus propios miedos, fetiches y producción onírica.
Al abandonar las buenas intenciones de la razón médica y la lógica asistencialista, pasa que el acompañamiento terapéutico se transforma en una relación de apoyo mutuo y co-producción subjetiva, con mucho de dioscurismo y sincronicidad simbi(p)oetica y macumbera. Es decir: la terapéutica encuentra otros caminos en contacto con la potencia de lo falso. Se libera del despotismo de los diagnósticos y los tecnicismos de la asistencia, de los tratamientos sociales que individualizan y castigan el malestar colectivo, abrazando el poder de la imaginación para hacer que toda experiencia, da igual si es física o infísica, sea soberana, real y verdadera.
Se abre, pues, un portal psicoidal que conecta ficción y documentalismo: un pasaje por distintas estaciones y caminos, a través de la selva de signos y señales que la exposición propone como un forma de suspender la discontinuidad entre soma y psique, como una forma de conjurar la separación letal que la Modernidad impone entre cuerpo y mente.
La propuesta es seguir las songlines[4], vagar por las líneas de errancia que no saben de fronteras, que no separan sino que cruzan el cielo, el mar y la tierra, el día y la noche, la vida y la muerte. Prolongar las derivas y tomar desvíos constantes -pienso en cada una de las pistas sonoras compuestas por Guadalupe Chirottarra, donde la sucesión de ambientes permite sumergirse en diferentes tipologías urbanas y espacios mentales -, que se imprimen sobre las superficies de un sueño indistinguible de una meditación guiada.
Cruzar imágenes y sensaciones, en un mapa de zonas limítrofes. Una red de escondites y puntos de avituallamiento indispensables, sobre todo, si lo que se pretende es cortocircuitar el amor excesivo y exclusivo que todas tenemos con la historia biográfica y las estructuras anímicas de una misma. En el desierto como en la vida, todo es igual pero distinto. Y que sus tentaciones y soledades mortíferas puedan ser parte y no destino del trayecto, depende de contar -o no- con cartas de navegación, brújulas, sortilegios. Toda ayuda cartográfica vale, en realidad, para transitar procesos deseantes donde el objetivo no es sanar complejos y traumas. Ya que no se trata de cerrar heridas, de ser más resiliente, sino de poder convivir con el agotamiento y crueldad, sin resignarse a la alegría y el placer. Avanzar, per monstra ad astra[5], hacia una salud artística cifrada en la posibilidad de disolverse en la baba y volvernos parte de la creación del mundo.
En las leyes de la Economía libidinal, más perverso que crítico, Lyotard plantea que ninguna metamorfosis productiva, ya sea artística o poética, ha sido lograda ni se logrará jamás por un cuerpo unitario o totalizado. Y en Hipnofilia conviven basura, insectos, pelo, vómito, lactantes sin escrúpulos que chupan de dónde pueden, arañas, heridas, palmeras orientalistas, borcegos de las fuerzas armadas, máscaras de rituales mánticos y mántricos, trastornos disociativos y personalidades múltiples e infinitas… Pero todos espiralados, envueltos en una fiebre contagiosa. Pues, la transformación, el devenir otrx, al ritmo de pulsiones que nos hacen querer más y más, esto, esto y esto, no repara en contradicciones. No cesa. Y solamente es posible al precio de una licuación, como la que acontece cuando chocan los flujos de la conciencia con la corriente oscura del inconsciente.
Sin embargo, ningún consuelo, ninguna vida que aspira a realizarse como proceso de investigación, está libre de amenazas No hay lugar donde esconderse de policías, armas y potenciales agresores disfrazados de amigos o padres, quienes representan una maldad metafísica muy real y concreta. No en vano, a diferencia de las novelas de detectives, por mucho que busquemos, en este caso no aparece jamás un atisbo de verdad eterna o única. No se vislumbran pistas que conduzcan a salvación alguna. Lo único que falta es la resolución del enigma.
¿Y qué pasa, entonces, si no hay vuelta al orden? ¿Qué hacer cuando el caos es nuestro horizonte de expectativas, cuando se evidencia que no hay control de daños, denuncia o moralina capaz de ponerle un límite a la miseria cotidiana?
Entonces, para traer una porción de cielo al infierno, la alternativa es producir nuevos mitos: hacer que proliferen textos, imágenes y sonidos, lxs unxs dentro de las otrxs, pesadillas dentro de un sueño de normalidad anestésica. Adorar los restos de una psique estallada y abandonada en la vereda que, de la mano de un collage multidimensional que mezcla de metodologías surrealistas con dosis de literatura new-weird y la sensación de terror hiperrealista que se respira en el conurbano bonaerense, arman un cúmulo de relaciones y desplazamientos posibles: una nueva vida animada, como un cyborg criollo, por los hilos de una corriente montada sin mediaciones dialécticas, forzado a partir de cuerpos heteróclitos que se cruzan en una misma locación -CAOs y sus redes de cuidado y subjetivización de grupo y anti-egológica-. Pero que se resisten a ser identificados como una cosa o su contraria, al mismo tiempo fuerzas celestiales y poderes subterráneos, haciendo indistinguible realidad y ficción, en una síntesis imperfecta de arte, política y terapia.
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[1] CAOs es un proyecto que, desde 2020, se ha convertido en un referente de prácticas de arte y salud mental que proponen una alternativa a la medicalización y las instituciones manicomiales. Ubicado en una casona a las afueras de La Plata, los espacios de creación y las situaciones de socialización que CAOs organizan reúnen a artistas, trabajadores de la salud, personas psiquiatrizadxs y otras sin diagnóstico pero que sufren padecimiento psicosocial.
[2] TOE o Floripondio: su olor es hipnótico-estupefaciente. Especialmente, se intensifica por la tarde y por la noche. Esta planta sagrada, forma parte de la visión de los pueblos indígenas nativos de América del Sur. Contiene un conjunto de sustancias psicotrópicas con efectos sistémicos pronunciados, los alcaloides tropánicos, como atropina y escopolamina. Además se tiene un uso medicinal, en donde se le emplea principalmente para calmar diversos tipos de dolores
[3] Farias de Lazzarini, Marcia: Mar de Río. Ediciones CAOs, Villa Eliva, La Plata, 2021.
[4] De acuerdo a los sistemas de creencias animistas de las culturas aborígenes de Australia, un songline, también llamada pista de ensueño, es un canto o canción acerca de los caminos que cruzan la tierra. Marcan la ruta seguida por los “seres-creadores” localizados en el ensueño
[5] Por los monstruos hacia los astros. Una fórmula de ascesis que, según algunos autores en la órbita wagburiana, de manera menos ominosa, puede ser también ad astra per aspera, es decir, hacia los astros por la vía áspera.