EDUARDO BASUALDO

In medias res

05/07 al 27/07

Tejedoras

Trece mujeres desnudas se sientan en ronda. Es de noche aunque podría ser cualquier hora porque, en lo profundo de las grutas, la luz no tiene autoridad. No hay visión humana capaz de acostumbrarse a esa negrura y las percepciones son, sobre todo, auditivas. Lo que se escucha podría ser un llanto o un gemido al que se le yuxtapone el zumbido de objetos cayendo, uno detrás del otro, sin descanso, y que nunca impactan contra nada. De este modo, se acumulan, y el sonido produce cierto vértigo persistente en las mujeres. Ellas no hacen nada que pueda ser considerado una acción significativa. Respiran, hilan, a veces dormitan.

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Ríos de irrealidad fluyen bajo la osamenta buscándose, unos a otros, hasta que algo como un océano se forme, y entonces, cuando eso pase, empezará a subir y a inundar lo que queda del mundo. El líquido hipersticional es la contaminación final. El agua fue siempre el verdadero demonio cósmico donde se retuvieron los saberes ocultos y las aleatoriedades de la evolución. La criatura que es el agua tenía, en su estructura, el diagrama prohibido del tiempo. La última frontera entre los dioses de la simetría, que propician la vida, y los dioses del caos, que aman la muerte y la nada.

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Las siete mujeres son tejedoras. Una de ellas, no importa cuál porque la identidad, en las grutas, está prohibida, acaba de cambiar la posición de sus piernas entumecidas. Cuando se realiza un movimiento, por más mínimo que sea, se lo llama apertura. Esa ruptura reinicia el tejido de materia psíquica. El contacto con la realidad material debe ser mínimo y esporádico. Ellas pliegan momentos, hilan patrones donde las magnitudes físicas del acontecimiento se desgarran, profetizan, descomponen la relación presente-futuro. Recuperar el ritmo del tejido no es fácil. Se requiere del contacto con el vacío.

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El agua no solo fue un dios menor, un facilitador de la vida. También funcionó como el primer espejo de la especie, la superficie donde sucedieron las primeras multiplicaciones. El agua negra, como demonio, no devuelve lo igual si no la distorsión, rompiendo identidades y equivalencias. Lo importante de las duplicaciones no son sus regularidades, es su capacidad de producir diminutas e infinitas diferencias.

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Dentro de las grutas el mundo tiende a desvanecerse y las tejedoras pueden manipular mejor la irrealidad, el agua negra, los fragmentos caóticos que se desencadenan a sí mismos. Cuando llega algo del afuera, la apertura es más profunda y el hilado de meses, a veces de años, se deshace. La duración y la permanencia vuelven a gobernar sus cuerpos: envejecen, tienen hambre, ansían el sexo. Por eso el sonido del corte, del filo deshaciendo la carne, aunque podría resultar nimio, diríamos que imperceptible, llega al oído de las tejedoras, y vale lo mismo que una desgracia.