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Por Marie Bardet
“Oh Dear, Oh Dear How queer everything is today!”1 (“Querida, querida, ¡qué raro está todo hoy!”) se exclama Alicia una mañana y, asombrada, se pregunta si no hubiera sido cambiada durante la noche… Ese asombro, eso que maravilla e inquieta por igual ante la discontinuidad de nuestras sensaciones y la duda de que sigamos siempre siendo idénticxs a nosotrxs mismxs, atraviesa toda la obra de Delia Cancela. Maestra de las paradojas, hace trastabillar la certeza lógica y algo de cordura, con sus figuraciones tan preciosas como amenazantes, transitando sobre el límite entre los universos de lo humano, lo vegetal y lo animal.
Con esa osadía, nos hace entrar a los intempestivos mundos (literarios, históricos, visuales, alquímicos…) que ella habita y que la habitan, componiendo pedacitos de cosas, recortes de papeles, retazos de tarlatán, de pequeños objetos, y también de frases y de libros. Recolecta, junta y compone, riéndose de la coherencia lineal y temporal: un dibujo hecho hace muchos años que nunca había sido mostrado hoy encontró su pajarito de papel. Extrañando las coordenadas del mundo y de nuestra percepción, nos lleva de paseo entre florcitas inocentes que se ponen a veces muy hot, mujeres-pájaro de trazo fino y dedos que esbozan un fuck you sin grandes denuncias, y telas/delantales con frases escritas que, más que volverse eslóganes, invitan a dar un paseo por la cornisa del (no)sentido…
A las antípodas de un “proyecto” artístico, o de vida, se trata más bien -diría con Etienne Souriau- de un “trayecto”: un recorrido atento a lo que se instaura con el gesto obstinado, y algo punk, con el que interrumpe, cada vez, el uso esperable de las cosas. A lo largo de los meandros de esta trayectoria, los colores hacen vibrar cualquier soporte imaginable, como una música silenciosa entre sus dibujos, collages, pinturas, esculturas y las paredes de sutil ofensiva cromática. Un tono singular, el que va de rojo a bordó entrelaza, en su infinita variación, muchas de sus obras, con sus labios pintados, su pelo largo y fino, y hasta el portalápices de su taller. Si me dejo llevar por ese hilo -como se dice que una se va por las ramas-, pien-
so que más que obras, lo que entra hoy a la galería es toda una práctica artística, y tal vez, una vida. Me pongo a delirar (literalmente, me salgo del surco recto) y la veo a Delia sentada ahí, a un costado, en un sillón verde, y de repente se exclama: “no es solo una muestra… es que me tiré a la pileta… ¡y no sé nadar!”.
En este presente donde todo pretende ser domesticado por una gestión de las emociones que intenta reemplazar cualquier experiencia pedagógica osada y una regulación de las conductas por el algoritmo binario “me gusta/no me gusta” que tiende a sustituir toda experiencia estética, Delia Cancela nos lanza a la pileta sin saber nadar. Y lo hace apostando, con feroz sutileza, a eso “tan raro que está todo hoy”, con un hacer lento, irreverente, la necesidad de tomarse un tiempo y, sobre todo —pero sobre todo— un buen rato de silencio.