La dupla artística reinterpreta el género de la naturaleza muerta barroca para pensar el presente. Entre flores, animales y motivos históricos, los artistas construyen un refugio donde conviven el artificio, la memoria y el deseo.
La muestra estará acompañada por un texto de Leandro Martínez Depietri.
INAUGURACIÓN
Miércoles 10/09, 18h
Refugio
Chiacho & Giannone
Reflexiones barrocas para leer en casa sobre las naturalezas muertas, la eterna primavera y el colapso ecológico, por Leandro Martínez Depietri.
La naturaleza quedará reducida a un florero, sentenciaron Chiachio & Giannone en 2018 como diagnóstico para nuestro sistema socioeconómico. Imaginaron entonces la porcelana como refugio último de toda flora y fauna, el mundo metido en una nuez. Fueron acertados. ¿Qué hace el florero sino atesorar la belleza después de la muerte? Y eligieron para un asunto tan contemporáneo como el colapso ecológico -fieles a su sensibilidad de maricas trasnochadas- las naturalezas muertas del barroco flamenco y neerlandés. Imitaron a Jan Brueghel el Viejo, Ambrosius Bosschaert y a Jan Davidsz de Heem, entre otros.
Las flores pintadas son más interesantes de lo que parecen. Proliferaron con la expansión económica de los Países Bajos en el siglo XVII. A expensas de sus colonias en Indias Occidentales y Orientales, la bolsa y las bancas de Ámsterdam, el tráfico de esclavos y el cuasi-monopolio del comercio marítimo europeo, esta región acumuló riquezas fabulosas. Sin una tradición cortesana como Versalles o de lujo municipal como en Italia, y tras haber expulsado a la Iglesia Católica, estos protestantes de austeridad iconoclasta necesitaban de tradiciones culturales para despilfarrar su riqueza. Su economía proto-industrial, hasta entonces, había estado regida por el campo y los ciclos de la naturaleza, alternando entre períodos de abundancia y escasez. El espacio doméstico fue el canal favorecido para el despilfarro de la prosperidad conquistada. Las naturalezas muertas hacían de escaparate para el lujo hogareño, incorporando productos de distintos rincones del imperio comercial. En Middelburg, donde las flores pintadas eran especialidad, estas pinturas podían alcanzar precios altísimos. Se valoraban las curiosidades representadas y la enorme labor que implicaba realizarlas. ¿Por qué?
A diferencia de los murales pompeyanos, que representaban los olivos de jardines y campos aledaños, las pinturas de flores eran producto de la fantasía colonial. Reunían especies de diferentes partes del mundo y siempre, pero siempre, en su punto de floración, aunque éste ocurría naturalmente en distintas estaciones del año. Para lograrlo, cada artista debía hacer estudios previos de las flores cuando brotaban. Recorrían los jardines botánicos de las ciudades neerlandesas para estudiar las especies exóticas y se asesoraban con expertos para bocetarlas en el momento justo. Recolectaban flores esbozadas y las reunían luego en un ramo perfecto, que existía solo en su imaginación. Estos arreglos, además, eran siempre abundantes. Ya no había escasez. Podemos decir que son obras anti-pastorales porque celebran los frutos del comercio más que la generosidad de la naturaleza. La perfección simultánea de tantas flores distintas desdibuja la noción del tiempo agrario y quiebra la relación entre el hombre y los ciclos de la naturaleza, glorificando la abundancia colonial y el trabajo pictórico. Los mercaderes coleccionistas lo festejaban, acercándose con lentes especiales para apreciar las variaciones de color y forma entre los pétalos y los insectos camuflados en estas eternas primaveras de florero.[1]
Vuelvo a nuestro presente inestable. En sus versiones, Chiachio & Giannone reemplazan el óleo por el gouache. Dejan atrás la ilusión de realidad, haciendo evidente el artificio y la copia. Con estos pigmentos opacos, los brillos de la flores quedan sugeridos y los gradientes de color se vuelven esquemáticos. Ellos estudian e imitan la pintura barroca, no las flores. Construyen imagen sobre imagen, pero a diferencia de la inteligencia artificial, la factura pone en valor el minucioso trabajo requerido para darle vitalidad a la cita. Su fauna no consiste en bichos camaleónicos; son animales fuera de escala y de lugar, como conejos que salen de una galera. Podríamos hablar del regreso de la historia como farsa, pero hay más. ¿No es el colapso ecológico la cara oculta de la eterna primavera? ¿El resultado de creer en el crecimiento infinito en un planeta finito? Bajo el perfume, se esconden el sudor y la sangre. Las naturalezas muertas de Chiachio & Giannone nos enfrentan, ya no con la abundancia imperial, sino con su promesa insatisfecha y hoy desdibujada. Podemos sonreír frente a la catástrofe. Somos como los monos anonadados de su pintura, tal vez, perdidos en la imagen Quedan las ilusiones, convertidas en citas amorosas. No podemos dejar de apreciar las flores; son una ofrenda de amor.
Siempre atentos, en sus festines de color, Chiachio & Giannone trafican un gesto contra la fantasía colonial. En las últimas pinturas de esta serie, acuden a su práctica de yuxtaposición radical e incorporan, entre hojas y pétalos, cerámicas y motivos comechingones. Es un homenaje a la familia de Leo que expande el ajuar contemporáneo. Al mismo tiempo, ahondan en otro aspecto de las naturalezas muertas: ¿cómo deshabituar la mirada? ¿Cómo romper la percepción utilitaria del mundo? Insisten, una vez más, con la parte desatendida de nuestra realidad territorial e histórica. Resulta que nuestras mesas tienen las patas en Abya Yala y que las flores y los frutos siempre están lejos, por mucho que Buenos Aires quiera soñarse un espejismo parisino, u hoy, una réplica de Miami en los suburbios. Rosa Rolanda, en una pintura sin título y sin fecha, ya se había aventurado en este territorio, haciendo de una efigie azteca el continente para un arreglo floral barroco que se recorta frente a un paisaje metafísico. Lo que para Rolanda era materialización de la realidad revolucionaria de México, en Chiachio & Giannone es manifestación de lo reprimido en el inconsciente porteño.
No puedo cerrar sin decir lo obvio: esta dupla encuentra en el dibujo y la pintura un refugio para su intensa práctica de bordado y, más aún, en la naturaleza muerta que elimina radicalmente la figura humana. El género sirve de fuga, de sosiego, frente a su obsesión con el autorretrato. Y, sin embargo, incorporaron sus dibujos preparatorios en esta muestra, enfatizando su presencia dual e indeleble como artífices de estos juegos estéticos. ¿Quién podría culparlos? No hay artista sin obsesión.
[1] Para quien guste saber más sobre las flores del barroco neerlandés, recomiendo la lectura de Norman Bryson, Looking at the Overlooked : Four Essays on Still Life Painting. (Harvard University Press, 1990), 96-135. Sobre la economía neerlandesa del 1600, los problemas morales y la cultura del gasto, leer Simon Schama, The Embarrassment of Riches: An Interpretation ofDutch Culture in the Golden Age (Berkeley, California : University of California Press, 1988).