Ruth Benzacar Galería de Arte inaugura su temporada 2025 presentando una serie de piezas que surgen del largo trabajo de Ana Gallardo por restaurar el perfil de su madre artista. Una práctica artística que repara y habilita devenires.
La exposición se desplegará en la sala principal de la galería y estará acompañada con un texto de Kekena Corvalán.
Inauguración: Miércoles 12/03, 18hs. Sala 1
__
Por Kekena Corvalán
Una vez más, desde la vitalidad plena y coherente de su práctica artística, Ana nos lanza un doble interrogante que atraviesa las discusiones que más nos interpelan: ¿de qué temas debe hablar el arte?, en relación a otra pregunta que hasta puede sonar antigua y superada, pero que al parecer aún está vigente: ¿de qué temas debe hablar una mujer artista como Ana?
Aquí en esta exposición se presenta una pieza de una serie que recupera siete óleos de su madre, Carmen Gómez Raba. Cada pintura se integra con un bordado, una pieza de cerámica (realizada por la hija y nieta, Rocío Gallardo) y dibujos. El montaje no es sobre el muro, meramente, sino sobre otro lienzo que abarca la sala, desde la complicidad histórica de crear el contexto para que la pintura materna se inserte, un ploteo que es en sí un pequeño enigma visual de complejidades difusas.
Ana lleva años restaurando el perfil de su madre artista. Ahora lo hace implicando qué significa restaurar, poner en valor, traer al presente. Con paciencia y saliva, literal. Restaurar como reparar, como sanar, como perfilar. Restaurar etimológicamente significa volver a poner de pie. Encuentra a la madre artista y se encuentra, como si al reparar las obras de Carmen hubiera reestablecido algún lugar que responda a las dos preguntas iniciales. Y lo hace, como lo hizo siempre, en la recuperación de las mujeres haciendo clandestinamente, solas en la resistencia cotidiana frente a la violencia del mandato del Tú no puedes, Tú no eres, Tú no sabes, temática que hoy podría aparecer esmerilada pero que no lo está. Ana sigue incomodando, molestando y contradiciendo, provocando reacciones virulentas, incluso dentro del propio feminismo. Afirmo sin miedo al debate que Ana ha sacudido la manta del arte feminista más que ninguna otra artista enunciada como tal, especialmente si pensamos que el tipo de arte que nos interesa agrumar tiene que ver con alterar una narrativa, perturbar, plantear una confusión, romper con la domesticación de la mirada y plantearse el sentido de nuestros haceres y quereres. Una vez más, y en plena trayectoria incluso “exitosa” (desde el CA2M, el MAMBO o el MUAC), Ana vuelve a poner en tela de juicio la ideología normativa de los conceptos de carrera, clase y género. No solo no importa si eso lo hace una artista percibida como cishétero, blanca, de clase media, casi les diría que bienvenido que así sea. Si revisamos la carrera de Ana, sus prácticas nunca terminaron de encajar en el sistema del arte, una suerte de estar dentro provocando qué es ser artista y qué es ser artista mujer, artista de género, que sin duda lo es.
Dos dimensiones para pensar textos, contextos, postextos con Ana:
1- Del mecenazgo a la presentación. Ana es la prueba viva de que el modelo del artista como etnógrafo, vocero autorizado de la sociedad y en muchos casos el más confiable, no solo ya no explica un modo de producir desde un presunto trabajo de campo del arte contemporáneo, sino que lo obtura, gentrificando luchas. Hoy el arte de género (y reitero hasta el cansancio: Ana es para nosotras una artista de género, desde sus comienzos), puede y debe hablar del tema que quiera sin ejercitar esa compresión micénica y mesiánica de la realidad social. Este modelo de artista como etnógrafo, planteado por Hal Foster en el capítulo homónimo de su libro el retorno de lo real de 1996, hoy ha sido repensado desde el feminismo a partir del debate sobre representar o presentar. Hoy, desde la curaduría afectiva y las exposiciones que encaramos decimos: “no venimos a representar nada, solo venimos a exponer nuestra existencia, reexistencia y deseo”, demorando los dispositivos representacionales para ponerlos en dudas en tanto dispositivos de señalamiento, interpretación, marcación, análisis, entropía, estadística, etc.
Aquí creo que radica la potencia de Ana y el sacrificio de la cancelación de la que sin dudas ha resucitado airosa. No quiero trazar metáforas con el sacrificio, pero el ejercicio de la cancelación (que nunca compartimos, no somos punitivistas), quizás nos lo habilite. Creo que el sacrificio de Ana fue una encrucijada que nos valió a todas la pena. Estoy convencida de que ella nos ha salvado del fuego que ya nos consumía facilitando un debate que nos costaba comenzar, aunque a un precio personal demoledor.
2- En cuanto a la materialidad, la forma y el procedimiento, el trabajo de Ana es leal a la reivindicación de la materia desviada. La restauración trabaja con saliva. La crianza mutua de las materialidades, el cuadro de madre y la lengua de Ana pasando una y otra vez por el trozo de tela, limpiándola y volviendo brillante su piel de óleo seco y apagado. Encendiendo, amando. Ana siempre enciendo. Siempre con materiales sucios, poco nobles, mal amañados, siempre buscando formas que no tienen nada que ver pero que van a sanar.
Pero no quiero irme de la opacidad, para usarla también como mecanismo de lo clandestino. Reitero, esta imagen pixelada que tapiza la galería y está en todas partes, el caprichoso passe-partout de fondo que cubre las paredes de la exposición es la síntesis que subyace y hace estallar cualquier régimen de verdad posible, que hasta para eso Ana sigue siendo la distinta del arte contemporáneo, única en el arte argentino. Ana, la que toma el ámbito doméstico para molestar de pleno la domesticidad de la mirada de todxs nosotrxs.
Vuelvo al ploter de las paredes de la exposición, Sobre este gran texto (hablábamos de que la pregunta era de qué debe y qué le es lícito HABLAR a una artista), es que Ana monta el balbuceo materno, los cuadros de mamá, la voz que siempre duele, la herencia en la donación de la falta. Carmen Gómez Raba, quien también fue artista de género, obligada. Ya sé que es otra acepción de la palabra “género”. Pero las palabras no son ingenuas y eso de “es otra acepción” es justamente lo que disputamos en el feminismo. Quizás la obra de Ana, toda, hable del uso del lenguaje, de las posibilidades de decir, del lugar que ocupamos mujeres y disidencias, de nuestras condiciones de enunciación. Amor propio y colectivo: hacer obra del género bodegón y ser artista de género no están tan lejos, no. Reitero, eso también nos lo enseñó el feminismo. Todos los días, desde la polémica verbal pero sobre todo física que produjo su exposición en el MUAC me inquieta este doble juego de los géneros, en tanto, en el caso de Ana, lo que se le exige es la desambiguación, lo que sucede cuando se entra en otro régimen de visibilidades, los bordes (igual que con todas las Carmen Raba Gómez de la historia). Con el ploteado de fondo Ana recupera ese eje de lo invisible dando un paso más. Porque ella es políticamente invisible: esto es, vuelve a ser clandestina. Como cuando viajaba a Guatemala y su obra consistía en subirse a un omnibus y llevarle insumos a las compañeras armadas en la selva, cruzando la frontera del sur de México. Y ya que estoy, disculpen, lo sostengo desde el comienzo, me resulta imposible cancelar a Ana, y a nadie, después de todo su trabajo en Guatemala. Recupero la mejor definición de performatividad que conozco: ese ejercicio no autorizado del derecho a la existencia que lanza lo precario a la vida política. Se la leí a Judith Butler, pero nos la enseñaste vos, Ana, amiga.
Es desde esta definición que Ana nunca dejó de ser clandestina, politizando su invisibilidad, aunque salga a negociar con ferias y museos. Y eso también es lo que no se le perdona: el decir así, abiertamente, porque es algo constitutivo de su trabajo que no encaja en el mundo del arte.
La historia del arte, la política, los feminismos, todo en transición, esa vieja fugitiva sobre la que nos subimos a cabalgar, huyendo hacia adelante. En este presente intenso, el pasado es todo, porque es nuestra gran máquina de realidad. Chocamos en las redes contra la disolución de los relatos políticos que se disputan el régimen de verdad unívoco dándolo vuelta todo, pero el pasado es lo único presente. Y en ello, ardemos de vitalidad. Lo que está en juego es la muerte del pasado: su total desconsideración, eso que llamamos sin más, desencanto. Y por eso, Ana, porque sus obras disputan y tensionan este intento por restaurar la vitalidad de los vivos a partir de la vitalidad atenta de los muertos, en realidad, las muertas: la historia de Carmen y su producción pictórica de naturalezas muertas. Todas nosotras, resoplando aquí, con Ana, una vez más.